En nuestra sociedad se relaciona el éxito con la conclusión final de notables actuaciones profesionales y, en consecuencia, se tiene la percepción que se debe reflejar en la posesión de bienes materiales, estatus, poder, fama y otros componentes. Por esta razón, conviene desarrollar una noción discrepante.
Es común encontrarnos con personas –de todas las edades, procedencias y condiciones- que trabajan, ahorran y luchan por alcanzarlo. A mi parecer existe la impresión errada que el éxito es lejano, inalcanzable y, por cierto, se asocia con el confort y prestigio social.
El próspero magnate mexicano Carlos Slim Helú –uno de los hombres más ricos del mundo- brinda una apreciación interesante, sencilla y diferente: “El éxito no tiene que ver con lo que mucha gente se imagina. No se debe a los títulos nobles y académicos que tienes, ni a la sangre heredada o la escuela donde estudiaste. No se debe a las dimensiones de tu casa o de cuantos carros quepan en tu cochera. No se trata si eres jefe o subordinado; o si eres miembro prominente de clubes sociales. No tiene que ver con el poder que ejerces o si eres un buen administrador o hablas bonito, si las luces te siguen cuando lo haces. No se debe a la ropa, o si después de tu nombre pones las siglas deslumbrantes que definen tu status social. No se trata de si eres emprendedor, hablas varios idiomas, si eres atractivo, joven o viejo”.
Asimismo, en su carta a la comunidad universitaria (1994) presenta una reflexión profunda y veraz: “…El éxito no es hacer bien o muy bien las cosas y tener el reconocimiento de los demás. No es una opinión exterior, es un estado interior. Es la armonía del alma y de sus emociones, que necesita del amor, la familia, la amistad, la autenticidad, la integridad”.
Desde mi punto de vista los halagos, ascensos y distinciones recibidos, a nivel profesional y laboral, no siempre son sinónimo de triunfo. Relacionarlo con lo externo es un error. Su plena obtención se observa en el mundo interior de cada uno de nosotros. En nuestro ser íntimo, espiritual y, por lo tanto, en la actitud asumida frente a la vida.
Me gustan las palabras del intelectual mexicano José Luis Barradas Rodríguez: “Tener éxito en las pequeñas cosas que haces, levanta el ánimo, la autoestima y te prepara para tener éxito en las grandes cosas que hagas”. Allí está el punto central de mi reflexión. La victoria empieza con las realizaciones y conquistas forjadas por la perseverancia y el empeño inspirados en la autoestima.
Depurar la esfera interna de miedos, sospechas, obstinaciones, rencores, complejos y sentimientos negativos que contaminan la visión positiva del mañana y, por lo tanto, nos aminoran. Seamos capaces de efectuar una intensa limpieza interior a fin de alcanzar nuestro desarrollo y crecimiento.
Inquietarnos tanto, como es habitual en sociedades del tercer mundo, por lo externo. Un experto con sobresalientes títulos académicos, buen salario, automóvil del año, cuantiosas tarjetas de crédito, prendas de vestir de última moda, socio de representativos clubs sociales y, no obstante, abrumado por odios, cargos de conciencia, prejuicios, frustraciones, desamores familiares, etc. ¿Será exitoso? Probablemente, quienes no conocen los pormenor es de su esfera individual podrían envidiar su “éxito”.
Evitemos colocar este calificativo a un mortal solo por sus méritos laborales y económicos. Veamos por encima de lo relacionado al trabajo para valorar otros ámbitos –no percibimos a simple vista – y enjuiciar lo alcanzado por nuestros semejantes. Seamos acuciosas y profundos en nuestras observaciones. También, tomemos con serenidad lo que puedan hacernos creer sobre nuestros supuestos triunfos.
En más de una oportunidad pienso en su compleja definición. Cada uno tiene, con todo derecho, su evaluación e interpretación que está reflejada en las acciones destinadas a conseguir el éxito. Un hombre puede creer que el éxito es tener un empleo, para otro ser gerente general y para un tercero convertirse en el dueño de la compañía. Lo cuestionable es “uniformizar” necesariamente el éxito con lo superficial, material y monetario, sin tomar en cuenta lo ofrecido por la vida para lograr la superación personal, más allá de la competitividad en el mercado laboral.
Hace pocas semanas dos de mis alumnas del Instituto San Ignacio de Loyola (ISIL), Allinson Liza y Fiorella Larrea –estudiantes llenas de empeños, talentos, esperanzas, buenas voluntades y que alimentan nuestra ilusión en la docencia- me preguntaron: ¿Cuál piensa usted que es el factor para el éxito? Respondí: “Creo que el éxito está en una suma de pequeños detalles. Si la recuerdan cuando se va; si deja una huella positiva en esta vida; si a lo largo de su trayectoria echó semillas y otros las recogieron; si hay más gente que la considera a usted su amiga, que a los que usted supone sus amigos; si logra levantarse todos los días con la conciencia tranquila, exhibiendo las manos y los bolsillos limpios; si tiene paz interna y disfruta de su trabajo, es exitosa. De tal manera que, mi definición difiere de la que, por costumbre, se tiene en nuestro medio”. Bienvenido el éxito, amigo lector.
Publicado p/Micali: www.inversionesmicali.com
Escrito por: Wilfredo Pérez Ruiz (*)
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